A su imagen y semejanza


Una capa y corona de espinas me persigue,  el sueño es molesto, persiste en su afán de  disfrazarme de Mesías. Arranco las veces que puedo y esquivo con agilidad esa mala intención del creador por clavar esa corona en mi cabeza. La capa vuela hacia mi cuello para cerrar el broche de la pesadez negándome a ser uno más, uno más de la puta humanidad. ¡Quiero pecar, quiero follar, quiero pegarle a alguien! ¿por qué insistir en  lo bueno si todo parece funcionar patas para arriba? ¿Por qué rendirse ante una imagen semejante a la de un libro añejo? La cruz es incisiva en la existencia con su cartelito INRI quiere crucificar a todos los herejes y creo que salí premiado en un sorteo al cual nunca asistí. Fui matriculado en un  colegio hediondo a vino rancio, condenado a beber de un cáliz bendecido por un cura ebrio,  a respetar una ostia alzada por un humano falso. A la insistencia de instaurar la culpabilidad en el sexo y todo lo que no se parezca al  oscurantismo cristiano.
Sigo resistiéndome a esa comezón ideológica y el sueño se transforma en pesadilla, las espinas penetran mi cráneo con ideofobia para instalar remordimiento. Para que confiese una culpa inexistente, para transformarme en un penitente arrepentido y que me pegue con una piedra en el pecho, para rendirle culto a un humilde carpintero, para colgarme de su barba judía y del reinado que nadie comprende. Soy circuncidado sin fe y quieren que sienta esas estacas oxidadas en mi carne, en mis manos callosas, en mis pies deformes. Todo es sublimemente espantoso. Soy él, él hijo de dios anclado a una cruz sin ser parte de ese cuento y grito. Grito a mi manera, grito bastardos hijos de puta incansables inquisidores, grito con espuma en la boca de tanta ira, de tanta pena.  Fallezco por dos noches y estoy en nada, eso es el cielo. Al tercer día despierto y elegí el burdel de Mahoma -cuarenta vírgenes es demasiado tentador para negarse- hay que indagar en el universo pélvico y ahora poseo el pincel de Courbet pintando el origen del mundo, succiono el pezón  de Hera y de su esmalte lechoso voy formando el universo. El universo que quiero, el que carezca de sermones y de sus malas intenciones, un universo lleno de colores y plantas liberadoras de esferas perfectas o deformes –todo es posible- un universo versado, geométrico y musicalmente por Pitágoras, bajo la belleza de Fibonacci, brindando con el vino de Baco. Sentir la libertad de amar, de hacer el amor con las Valkirias de Wagner de poseer la libre energía de Tesla, de lo relativo del universo. Ahora soy el elegido, soy el resucitado el que tiene el mundo en sus manos, el que comienza el cambio, el que nada teme el que todo ama.

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