Ensayo sobre el imaginario de un vago (II Parte)
Así generalmente transcurre mi vida de un
lado para otro, pero trato de no alejarme del centro para no tener que andar
moviendo mucho mi carro con mis pertenencias si no las pierdo. Más allá de esa
preocupación no hay mucho que hacer por eso a veces me aburro de ser vago porque
es una rutina al igual que cualquier trabajo así que suelo patear la perra como todo el mundo tratando de buscarle
el sentido a la vida. Nace mi lado filosófico y echado sobre el pasto veo las
copas de los árboles como se mueven sin poner resistencia, me van llenando de
paz hasta olvidarme de quién soy y eso es lo mejor que me puede pasar. Dejar de
buscar la quinta pata al gato, ni escurrirse en la inmortalidad del cangrejo,
para qué caer en lo mismo ¿quién soy? ¿a qué vine? ¿por qué me toco ser yo? Uno
ya está acá le guste o no y tendré que aprender algo antes de irme para el patio de los callados. Llenos de insatisfacción por una u otra cosa los seres
humanos siempre tenemos que reclamar por algo o contra alguien. Es que siempre
tiene que haber alguien que pague los platos rotos y somos buenos para hacerle
el quite a las cagadas que nos mandamos haciéndonos los tontos y mirando para
otro lado a ver si el más huevón cae ¿Que podemos hacer si así es nuestra
cultura? Yo paso casi todo el día buscando algo de limosna para comer algo y
tomar un poco de vino o el copete que salga en promoción. Esa dependencia tan
miserable que me ha costado varias
peleas y en la que he salido airoso en una sola ocasión, tal vez por eso tengo
unos cuantos dientes menos y diez puntos en mi cabeza producto de un botellazo
iracundo. Son marcas de la vida que me tocó, esa del abandono, de la derrota
económica, de ser huacho de pretender ser un anárquico revolucionario antitodo…
y sobre eso debo comentar que mi bronca
juvenil creo que fue lo normal, es decir, cuando hay ideales por los que
aferrarse con esa inocente esperanza que la humanidad se dará un abrazo de paz
definitivo y en la cual a uno le hubiese gustado ser parte de ese milagro… uf!
ahora que lo pienso debería haberle hecho caso a un amigo que se dedico a su
taller mecánico sin importarle la dictadura ni los derechos humanos. “Preocúpate
por ti” me decía Alfonso “la vida es infiel, yo lo soy, mi ex mujer lo fue; los
curas, los políticos, los
contratos son truculentos para joder la vida. Háceme caso no creas nada
de los ideales ni derechos que te vas a quedar sin nada” y terminé como él
dijo, sin nada, por creer en el cambio de una sociedad maldita en la cual yo no
soy ningún santo. Creo que la
consecuencia tiene un costo alto y ser pobre hoy en día duele mucho más por eso a veces creo que hay que tener
agallas para ser como yo. Si, sin duda hay que tener las bolas grandes para ser
un indigente y ¡hay que tenerlas! si no te mueres a la primera. Los debiluchos
no sirven para soportar tanta crueldad no entenderían la dinámica callejera y
se volverían locos con ansias esperanzadoras, algo que dista de la realidad,
pero sin duda hay algunos vagos con tildes románticos que se asemejan a el indigente de Kurosawa que imagina su
casa mágica. He visto algunos morir de pena o de frío y a más de alguno tirarse
por el puente del arzobispo. Es la incomodidad de la soledad que no te deja
tranquilo, una soledad que se arraiga como la mugre que llevo puesta y si no
eres capaz de aceptarla te rindes y la muerte sin darte cuenta se presenta de
misteriosas maneras.
Mi lado meditativo se asfixia
cuando me dejo llevar al pasado trayendo la culpa de tanto error cometido, es
ahí cuando desespero y suelo llorar un océano entero, si no más. Ese pecho
cargado, agitado y agujereado que me hace gemir como un niño de tanto desamor,
de tanta soledad, de tanta lucha diaria para sobrevivir. El darse cuenta que mi
mente no esta bien, que cambió mucho, que se resigna solo a lo que el día me
presente sin opciones a un bienestar tangible como una casa o la simple ducha
diaria que parece de lo más normal. Cuando me pongo muy trágico busco como alejarme de ello, a
veces me pongo a cuidar autos en alguna calle y lo que gano… bueno ya saben, la misma rutina ir a por un vino malo pero en
cantidades considerables y tratar de conversar con quién sea. El buen humor
ayuda y creo que para los demás soy una persona alegre que pese a ser vago
tengo una opinión clara de lo que
ocurre en esta ciudad. Me gusta hacer reír y es así como supero mi soledad tratando de que mi situación
no se transforme en cáncer para los demás, por lo menos, a los que yo considero
mis amigos como al pata de palo, al guatón, al zorro y al cara de chivo. Con ellos solemos juntarnos en la pileta
que está en el parque forestal con Mac-Iver ahí tratamos de ser felices …y que va! lo somos a nuestra
manera, contando nuestro día de las estupideces que uno suele ver y hacer. Entonces
las carcajadas salen del alma y los ojos vuelven a brillar como si fuésemos
Ángeles en plena comunión; radiantes, luminosos, llenos de amor y paz.
De esas juntas son las que
necesito por lo menos dos veces a la semana para tapar la estupidez diaria con
nuestra propia insensatez, por qué ya nada es sensato en esta vida, todo es un
aparente dónde la única certeza es el egoísmo insatisfecho. Nuestras risas son
sinceras por que no tenemos nada que perder solo entregar lo poco y bueno que
tenemos como si fuésemos una manada fiel, mientras que nuestros llantos lo
dejamos para los momentos de la
intimidad personal.
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